Durante siglos este país ha estado
dividido entre sus gentes por dos núcleos bien diferenciados, en
cuanto a la visión de entender España. Por un lado, los que
consideran que son el núcleo de los cristianos viejos, que dieron en
llamar el macizo central de la raza, integrado por una serie de
personas que se consideran dueños absolutos del país, dejando
excluidos a los que no se adapten a la ortodoxia religiosa, política,
social, moral o cultural que defienden. Este sentimiento, que ha
calado a la largo de los siglos en los sectores tradicionalistas y
conservadores de la sociedad española, es fruto de una alucinación
nacida de la mixtura de arcaicos complejos de inferioridad y de
nostalgias imperialistas con el pánico a una modernidad que nunca
caló hondo en amplios sectores de la sociedad española. (1)
Por otro lado, el otro núcleo
representa la España Plural, considerados los Anti-España por el
núcleo anterior, este grupo a lo largo de los siglos se ha
manifestado por el espíritu crítico, el afán de conocer, de la
libertad de pensamiento y de costumbres, de la tolerancia...
La necesidad de exterminar al “otro”
ha sido la constante del primer grupo a lo largo de la historia,
para poder desarrollar su visión profética del Estado extirpando
cualquier atisbo de oposición. Ya sucedió en sucesivas etapas
históricas con colectivos tan diferentes y dispares como los judíos,
los protestantes, los alumbrados, los moriscos, los ilustrados, los
liberales, los federalistas, los republicanos, los anarquistas, los
socialistas, los comunistas, los nacionalistas.... En fin, todos los
que no se ajustaran a su manera de entender su canon trazado de
España: Una, Grande y Libre.
El ejemplo más claro, que podemos
observar en nuestra historia reciente, data de los años de la Guerra
Civil y la posterior Dictadura Franquista, que rompió la continuidad
de un Renacimiento político y cultural que había comenzado en las
últimas décadas del siglo XIX y que llegó hasta la guerra civil.
Tras la efímera República, época innegable de avances políticos y
culturales, se produjo una cruenta Guerra Civil en la que la obsesión
por “el otro” alcanzó un radicalismo desconocido hasta entonces.
A los miles de muertos de la Guerra y de la posterior persecución
política de la posguerra, hay que sumarle los miles de exiliados que
tuvieron que abandonar el país por motivos políticos, ya que Franco
y sus compinches pretendía llevar a cabo su visión profética de
acabar con los Anti-España, acusados de todos los males del país
que había traído la masonería, el comunismo y el parlamentarismo.
Se marchó entonces lo mejor de España:
trabajadores agrícolas e industriales, profesores universitarios y
de enseñanza media, maestros, profesionales de todo tipo,
empresarios, militares, políticos, sindicalistas, artistas,
escritores, periodistas...
Los efectos de la exclusión de lo más
brillante y cosmopolita de la inteligencia española fueron graves y
son aún perceptibles actualmente.(2)
A pesar de perder todo este potencial
humano, que originó gravísimas consecuencias para el país,
convirtiéndolo en tercermundista y atrasado, los defensores del
Régimen eran fieles a su visión ultra, un exiliado era por
definición un rojo, y un rojo, también por definición, era un
enemigo de la sociedad.
Otra cosa que hay que matizar, es la
necesidad que adquiere esta visión ultra a la hora de establecer a
sus enemigos, para justificar su propia existencia, ya que sin ellos
sus tendencias tendrían los días contados. A la hora de justificar sus tesis y establecer su propaganda, demuestran tanto odio a su
enemigo, como la necesidad de su existencia para su propio beneficio.
Tras la Dictadura, llegará la esperada
Democracia y paralelamente aparecerá la lacra del terrorismo,
encarnizado sobre todo por la figura de ETA responsable directa de
las muertes de 829 personas, por tanto es lógico que el enemigo pase
a ser esta formación terrorista. Pero no será tan lógico, la
utilización que darán a éste, las visiones más ultras, utilizando
el sufrimiento de las victimas como una simple arma política para
captar votos y más aún tachando de terroristas a todo atisbo de oposición.
Desde aquí dejar claro mi condena a
todos los actos terroristas, ya sean por parte de ETA u otros
grupúsculos terroristas (GRAPO, FRAP...) o los realizados por grupos
paramilitares al servicio del Estado, pero también dejar claro mi
indignación ante la asociación al terrorismo, por parte de políticos
de renombre, a movimientos de origen pacífico como el 15 M, las revueltas de Gamonal, el
22 M o las últimas revueltas ante la demolición del CSO Can Víes.
Esto solo demuestra una cosa, que la visión ultra del “macizo
central de la raza” sigue viva en muchos sectores conservadores, y
que al igual que Franco utilizó la masonería y el comunismo, para
calificar a un abanico de personas que en la mayoría de los casos no
tenían nada que ver con esas tendencias, actualmente se quiere
contener cualquier atisbo de oposición metiéndolos en el mismo saco
del terrorismo, aunque sean movimientos de orígenes pacíficos y
democráticos, da igual, lo que importa es la erradicación “del
otro”.
Por último quiero hablar de los
exiliados del siglo XXI, aunque estos no responden predominantemente
a las causas políticas de los exiliados del siglo XX, si no a causas
sobre todo económicas, se esta produciendo una sangría de
emigrantes, en su mayoría jóvenes y bien preparados, hacía países
Europeos, Americanos... No quiero entrar a valorar este tema
exhaustivamente, pues merecería otro capítulo aparte, solo quiero
establecer una pregunta al aire ¿Porqué el Estado gasta miles de
millones en formar a la juventud para que después los disfruten
países como Alemania o Reino Unido?
(1) y (2) Alfaya, Javier. Crónica de los años perdidos, la España del Tardofranquismo. Madrid, 2003, Historia Viva
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